SOBRE LA OBRA

ENTRE EL DESEO Y LA SEDUCCIÓN


La sala de exhibición está ranciamente caldeada y cuando supero el bochorno inicial comienzo a componer mentalmente el puzle de seres asexuados que salpican de colores los lienzos. Todo es borroso, nada es cierto ni definido. Figuras que aparentan ser africanas dan los buenos días a otras, disfrazadas de seres mesoamericanos. Hay ojos entreabiertos que guiñan complicidad. La morriña se ha apoderado de la sala y parece que ninguno de los cuadros quiere mostrarse como es. Unos reposan sobre sus camas hechas de retazos de tonalidades rojizas mientras otros dormitan desde un cielo azul-verdoso. El calor de la tarde confunde y hasta parecen verse las mismas caras con distintos ropajes. Las figuras, compuestas por unas pocas y sugerentes líneas, a veces miran con intensos ojos escrutantes y otras no dedican más que un leve parpadeo blanco al observador. ¿Podrán mantenerme la mirada estas figuras, parapetadas en la ambigüedad? ¿Podrán soportar mi pensamiento? Las miro y las interrogo desde el otro lado. ¿Qué me quieren decir que no me dicen?, pregunto. ¿Por qué esa indefinida forma de mirarme? ¿No se quieren presentar? Insisto -. Las figuras ya no miran, se pierden. Algunas hasta se van saliendo del lienzo. Esquivos fondos aparecen y desaparecen evasivamente entre los contornos de miradas que no ven, de bocas que no pronuncian y de oídos que

no saben oír. En este diálogo de sordos, me acerco a los oídos que no saben oír y les pregunto. Busco certezas y encuentro indefinición. Miro las telas y sigo sin respuestas, sin encontrar conexión entre los fragmentos de este rompecabezas... Las figuras esbozadas sutilmente parecen atrapadas por la calculada y enredada indefinición de un pincel que no quiere mostrar más de lo que uno quiera ver. El calor comienza a afectarme y ahora parece como si las facciones de las figuras se derritieran sobre la tela, agobiadas por tanto calor. Me siento, cierro los ojos e intento verlas desde otra perspectiva. Ahora entiendo: estas figuras no se desnudan sino que seducen con sus certeras formas; no se dejan ver, se insinúan: no te miran, se miran; no hablan, solo escuchan lo que uno quiera sugerirle. Mirándose adentro, se empieza a resolver este puzle, en el que no hay una única solución, sino tantas como miradas, como personas o como estados de ánimo. Qué estará dentro y qué fuera del contorno. Nada es absoluto, nada real ni falso: ¿qué es lo que quieres ver? Con todas las piezas, arbitrariamente ordenadas en la imaginación, queda resuelto el juego. Le platicas de tú a los cuadros, los interrogas; te insinúas calladamente y te dejas seducir por sus respuestas.

Eduardo Ramos Critico, periodista. Malaga - España 2003.